Entre la espesura de la Selva y la imponencia del Río.
- Luisa Jaramillo
- 12 mar 2021
- 3 Min. de lectura
Siempre he sido de esas personas que cuando piensan en vacaciones o en la oportunidad de salir de la rutina, lo primero que se le viene a la mente es un lugar donde pueda disfrutar del mar. Sin embargo, finalizando el año 2017 decidimos darnos el regalo de conocer el Amazonas, un destino impresionante, único y con una belleza sin igual.
Desde el primer momento se siente una increíble conexión con la naturaleza, millones de especies de fauna y flora hacen su aparición en cada paso que das; desde la llegada a Leticia, como si de un pueblito costero se tratara, se siente esa tranquilidad y paz de esa vida pasiva, sin muchas pretensiones ni preocupaciones y con todo ese entorno maravilloso que te hace sentir privilegiado de que Colombia posea un pedacito de la Selva Amazónica; pero al ver el impresionante rio Amazonas sientes que de verdad somos un pequeño átomo en este mundo, que con su grandeza y majestuosidad sabe hacerse respetar y alabar por propios y visitantes.
El Amazonas Colombiano se encuentra al extremo sur del país. Limita al norte con Caquetá y Vaupés, al este con Brasil, al sur con Perú y al oeste con Putumayo. Es el departamento más extenso del territorio y uno de los menos poblados. Un lugar con clima diverso, pues en cualquier momento ese ambiente denso y húmedo propio de la selva puede convertirse en el monzón más inesperado que puedas percibir.
Nuestro viaje comenzó con muchísimas expectativas que poco a poco fueron superándose una a una. Luego de hacer escala en Bogotá, salimos hacia nuestro destino, Leticia. Al llegar, tuvimos que pasar la primera noche allí, porque navegar de noche por el río no está permitido y nuestro hotel quedaba un poco retirado de allí y aunque éste contaba con todas las comodidades, estaba inmerso en la selva y el único medio de transporte era el río.
Hay varias actividades para realizar en el Amazonas, entre las más destacadas y que tuve la oportunidad de hacer fueron: La Isla de los Micos, que como su nombre lo indica, es un pequeño espacio repleto de miquitos; visitar Puerto Nariño, que en conjunto con Leticia conforman los dos municipios del Amazonas, es un lugar lindo para conocer las costumbres propias de los lugareños, cuenta con un tractor como único vehículo; avistamiento de delfines rosados en el Lago Tarapoto, que aunque son un poquito difíciles de ver, es una experiencia única poder apreciar cuando salen sus lomitos rosados del agua, para mí sinceramente fue la cereza del pastel; Reserva Natural Victoria Regia, donde puedes conocer las plantas acuáticas más grandes del mundo, cómo y dónde las preservan; conocer una verdadera comunidad indígena, sus costumbres, rituales y creencias y visitar Tabatinga, una ciudad brasileña que limita con Leticia, donde literalmente al pasar la frontera ya escuchas a las personas hablando portugués, no hay mucho por conocer allí pero si es un lugar para comprar cositas propias de Brasil.
Sinceramente no quiero aburrirlos con descripciones largas de cada lugar, como dicen por ahí “una imagen vale más que mil palabras” y definitivamente la experiencia la vive cada persona a su manera, lo que si les digo y aconsejo, conozcan estos rincones de Colombia, que más allá de una suma de vivencias y fotografías, te regala la oportunidad de comprender la vida fuera de la que conocemos comúnmente, de aprender a preservar la biodiversidad, de respirar ese aire tan puro que nunca lo podrás experimentar en ningún otro lugar, no por nada lo llaman el pulmón del planeta. Literalmente es una desconexión total, porque, aunque estuvimos en un lugar con todas las comodidades ni siquiera el celular coge señal, solo en la noche se escuchan los fascinantes sonidos de la selva. Es muy gratificante ver como los grupos indígenas entienden y valoran su territorio, viven en perfecta armonía con lo que les rodea, le agradecen a la Madre Tierra por todo lo que les proporciona de la forma más especial en medio de sus creencias y rituales; el rio, su principal sustento, nutre y les da vida a esas hermosas comunidades que, alejadas de alguna pizca de civilización, poseen lo necesario para vivir, felices y libres.
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